LOS BUENOS MAESTROS

ALFONSO VILLALVA P.

 

Créditos: http://ed.el-mexicano.com.mx/impreso/Tijuana/081613/16-08-2013_TIJ_16AA.pdf 16 agosto 2013

 

Llegó el punto en el que tantos años de esfuerzo lo obligaron a usar bastón, y aunque siempre había sido rudo, su expresión ya no podía contener el dolor. Lo que más le dolía no eran sus insufribles reumas, nilas afecciones vesiculares. Lo que dolía profundamente era el fracaso, su orgullo mancillado; darse cuenta de que su vida entera la había empeñado en una lucha inútil contra el retrógrado sistema educativo nacional.

 

El se hizo maestro en la Normal Superior por vocación. Su mente, por más de cincuenta años, siempre estuvo centrada en dilucidar como diablos aprenderían sus alumnos a conjugar verbos, a sumar y dividir conprecisión; cómo les explicaría la historia como herramienta fundamental de aná-lisis; cómo les contagiaría el amor por los libros, la pasión por ceñirse a ellos como cimientos de la razón para encontrar respuesta.

 

También había sido severo, y sin arrepentimientos repartió a diestra y siniestra efectivos correctivos usando una regla de madera de cincuenta centímetros de longitud. Correctivos disciplinarios que a su juicio eran indispensables para poner las cosas en su sitio. Correctivos que los modernos pedagogos hubieran considerado suficiente causa para enviarlo a la pira y verlo consumirse lentamente en fuego de leña verde.

 

Pero él sostuvo la idea de que no existía otra forma de preparar a sus alumnos. Su entrega, obcecada en las maneras de antes, no conoció la tregua, a pesar de que como retribución recibió un salario miserable, ofensivo, insultante. Pero no importaba, porque después del segundo turno de trabajo, todavía le quedaba tiempo para encontrar un parque público ya cerca de casa, y leer a Galdóz o a Gutiérrez Nájera, como si fuese la primera vez, como si la vida se tornara suntuosa al contacto con sus libros. La educación en México se deterioró aún más de lo que calculó el profesor Chávez.

 

Todos sus esfuerzos y privaciones resultaron estériles por la indolencia de un sistema político que nunca entendió –o no quiso entender-, que sólo la educación podría asegurar un mejor futuro para tantos hombres y mujeres que quedaban inermes ante la decadencia gracias a su propia ignorancia. El pragmatismo que había hecho innecesarios a Cervantes, Quevedo, Aristóteles, Cicerón, etcétera. Ahora los niños aprenderán inglés y computación para gastar su vida delante de un ordenador y, con un simple movimiento de “ratón”, desplegar su capacidad desarrollada en las aulas para consumir todo lo que su desnutrida imaginación les permita.